Moderantismo católico y crisis de la Iglesia Alonso Gracián

27.05.2021

El P. Meinvielle, en El progresismo cristiano (Colección Clásicos Contrarrevolucionarios, Cruz y Fierro Editores, Argentina, 1983), con gran clarividencia, señala la raíz liberal y progresista de Maritain, recalcando la ambigüedad de su moderantismo. Pues si bien Maritain se opone al liberalismo decimonónico, (esto es, el de primer y segundo grado); y también se opone al progresismo marxistoide, (por ateo); no se opone del todo a ellos, porque no se opone a la causa de ambos, que es el subjetivismo enajenado del mundo moderno.

A pesar de sus ataques a estas dos ideologías, Maritain en realidad no combate su raíz, que es la Modernidad. Y así, dice el P. Meinvielle con toda la razón:

«Adviértase bien que Maritain en sus obras posteriores continúa atacando las posiciones ateístas del mundo moderno, el liberalismo de los siglos XVIII y XIX y el comunismo ateo, pero no ataca al mundo moderno en cuanto tal, es decir, en su intento de llegar al orden cristiano por el camino de los derechos o libertades públicas de conciencia y de prensa; tampoco ataca al comunismo en su tendencia fundamental de querer emancipar de toda servidumbre al hombre, lo ataca sólo por su ateísmo» (Pág. 169) 

Este equívoco personalista y comunitario de Maritain consiste en criticar el liberalismo, pero siendo moderadamente liberal, y criticar el marxismo, siendo moderadamente marxista. Es la esencia, como decíamos, del moderantismo católico.

Y quiero usar, adrede, y no sin cierta ironía, el calificativo de católico para el moderantismo por lo siguiente. El católico moderado quiere permanecer entre los límites del catolicismo, no quiere salirse fuera ni de la ortodoxia ni de la Iglesia; quiere ser católico, pero con moderación. El moderado católico no quiere la cruz ni el sacrificio, porque ni en la cruz ni en el sacrificio hay moderación. Quiere canonizar la acedia moderna. Y para ser católico y moderno va a rechazar el liberalismo (de primer y segundo grado) y el marxismo (por ateo). Pero, por modernizante, no va a rechazar ni la esencia del liberalismo, ni la esencia del marxismo, que curiosamente coinciden.

Esencia que, en este blog, hemos condensado muchas veces en la máxima ilustrada del Conde de Volney, recogida por Marx: «el hombre, ser supremo para el hombre». O, en lenguaje más moderado, la persona humana, ser supremo para el hombre. El problema es que es imposible conjugar catolicismo y Modernidad. El moderado, como todo liberal, tiene alma moderna, y en el fondo antitradicional. Por eso su catolicismo es imposible, y aunque a menudo bienintencionado y voluntarioso, está partido en dos y es contradictorio consigo mismo. No puede sino estar constantemente en crisis.

Y es que la falsa solución que encuentra el moderantismo al problema de la Modernidad es la siguiente. Dado que el liberalismo moderno es malo por su individualismo, imaginemos un liberalismo no individualista sino solidario; y entonces inventan el personalismo. Y dado que el marxismo es malo por su ateísmo, fabriquemos un marxismo no ateo, y entonces inventan el comunitarismo.

Lo presagiaba muy certeramente el P. Meinvielle, a continuación, cuando indicaba que:

«La tesis de Maritain es entonces una ideología que, si bien opuesta a las ideologías rousseauniana, marxista y proudhoniana, coincide sustancialmente con ellas en la línea de la Revolución.» (Pág. 169).

Porque, como dijo un poco antes,

«si el mundo moderno es malo porque es ateo, si se bautizara, esto es, si se le despojara del ateísmo, pareciera que ya podría ser bueno. Y entonces, continuando los pueblos en la misma línea del mundo moderno o de la Revolución, sin abandonar sus aspiraciones de emancipación de toda servidumbre, sin renunciar a las libertades públicas modernas y al deseo de autogobernarse, volverían a la Iglesia y al amor de Dios. Aquí radica la funesta ilusión.» 

Esta funesta ilusión, este equívoco personalista, consiste, entonces, en un sobreoptimismo suicida, que se diría a sí mismo así: vamos a asimilarnos para nosotros los elementos conceptuales esenciales de la Modernidad, pero antes le extraemos su individualismo ateo, luego lo convertimos en personalismo piadoso, y ya está listo para ser incorporado al cristianismo. De esta manera, una vez domesticado el espíritu del Leviatán, podremos introducirlo en la Iglesia, y aprovecharnos de sus muchas bondades, que tan atractivas y deleitosas son para el hombre de hoy.

Y así, las libertades modernas, el concepto roussoniano de persona, la centralidad del hombre, el mundo kantiano de los fines, el experiencialismo, el colectivismo izquierdista, el filoluteralismo, el prosaísmo litúrgico, el escepticismo de la nueva filosofía, el subjetivismo del nuevo derecho, la teoría de los valores, la autodeterminación humanista, el antiintelectualismo existencialista, el situacionismo moral, el concepto pelagiano y amoral de dignidad humana, y tantas otras brillantes ideaciones del espíritu moderno, se introdujeron en la Iglesia por una rendija, como humo de Satanás.

La crisis, entonces, estaba servida. Porque la Iglesia, casa del Dios vivo, columna y fundamento de la verdad (Cf., 1 Tim 3, 15), no puede sufrir el error, y si éste se propaga irresponsablemente entre sus miembros populares o jerárquicos, en sus templos y en su púlpitos, para expulsarlo sufre violentas fiebres y no poco sufrimiento. La confusión se extiende, la división se expande, la crisis aumenta y va enfermando la vida eclesial en general. Y así llegamos a Amoris laetitia, a la Pachamama, y más allá.

Es un proceso dramático, que el P. Meinvielle diagnosticó en la obra funesta de Maritain. Y así, resume:

«De aquí que Maritain invente su "Nueva Cristiandad esencialmente diversa de la tradicional"; cristiandad sustancialmente laicista y naturalista; sustancialmente liberal y progresista, en camino hacia el comunismo; sustancialmente humanista y personalista.

Y a este primer "equívoco" maritainiano de una Cristiandad laica se le ha de añadir otro "equívoco", el de una sociedad sustancialmente naturalista y laicista donde se volcaría "la refracción socialtemporal de las verdades evangélicas", sociedad en la que el fermento evangélico y sobrenatural, lejos de levantar hacia Dios al hombre, lo estimularía en su impulsión revolucionaria y laicista.

Con su tesis de la "Nueva Cristiandad laica", abre Maritain en los medios intelectuales católicos el amplio cauce de la problemática nueva en el campo de las relaciones de la Iglesia y mundo, problemática que, por una parte, rechaza la posición tradicional de un orden temporal subordinado indirectamente al sobrenatural y, por otra, legitima las aspiraciones laicistas del mundo moderno como conformes y ajustadas a la ley evangélica» (Pág. 170).

En definitiva, el catolicismo actual, que en el artículo anterior calificamos de crepuscular, está gravemente enfermo de moderantismo. Tiene que sanar. Es posible. No decimos que sea fácil, porque el mal es grande, está sobre-extendido, las metástasis abundan, pero no es imposible.

Lo primero, sin duda, es perdir perdón a Dios Nuestro Señor por haber pretendido introducir en su Iglesia los valores (moderándolos) de la Revolución anticristiana. Y expiando este pecado, con mucha penitencia, y una intensa ascesis intelectual; orando sin cesar, como en tiempos de persecución; corrigiendo y enmendando lo que se enseña; recuperando la fe, la sana doctrina; reaprendiéndola; sólo así, poco a poco, se podrá curar la herida, si Dios lo concede.

En este camino no dudamos que, siguiendo las recomendaciones de tantos Papas, junto a otras muchas medidas, será urgente y vital volver a Santo Tomás y al sentir tradicional. Practicar, con temor y temblor, la olvidada virtud de la clasicidad. Y combatir, por venenosa, la funesta ilusión contra la cual nos advertía, tan lúcidamente, el P. Meinvielle.

Extraído de Infocatólica.com


Alonso Gracián Casado y padre de tres hijas. Diplomado en Magisterio y Licenciado en Filosofía y Ciencias de la Educación. Le apasiona la pintura y la polifonía, y todo lo que es bello y eleva.

Tiene la curiosa costumbre de releer a Tolkien y a Bloy cada cierto tiempo. Sabe que sin Cristo todo es triste, feo y aburrido hasta la muerte, y que nosotros sin Él no podemos hacer nada (Jn 15, 5), salvo meter la pata. Por eso cree no perder el tiempo escribiendo diariamente algunas líneas en la red, con esta sola perspectiva: contemplar a Cristo como centro del universo y de la historia.