Lecturas de hoy Segundo Domingo después de Navidad

02.01.2022

Lecturas de hoy Segundo Domingo después de Navidad

Hoy, domingo, 2 de enero de 2022

Primera lectura

Lectura del libro del Eclesiástico [24, 1-2. 8-12]
La sabiduría hace su propia alabanza,
encuentra su honor en Dios
y se gloría en medio de su pueblo.
En la asamblea del Altísimo abre su boca
y se gloría ante el Poderoso.
«El Creador del universo me dio una orden,
el que me había creado estableció mi morada
y me dijo: "Pon tu tienda en Jacob,
y fija tu heredad en Israel".
Desde el principio, antes de los siglos, me creó,
y nunca más dejaré de existir.
Ejercí mi ministerio en la Tienda santa delante de él,
y así me establecí en Sión.
En la ciudad amada encontré descanso,
y en Jerusalén reside mi poder.
Arraigué en un pueblo glorioso,
en la porción del Señor, en su heredad».
Palabra de Dios


Salmo del Día

Salmo 147

El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros

Glorifica al Señor Jerusalén;
alaba a tu Dios, Sión.
Que ha reforzado los cerrojos de tus puertas,
y ha bendecido a tus hijos dentro de ti.

Ha puesto paz en tus fronteras,
te sacia con flor de harina.
Él envía su mensaje a la tierra,
y su palabra corre veloz.

Anuncia su palabra a Jacob,
sus decretos y mandatos a Israel;
con ninguna nación obró así,
ni les dio a conocer sus mandatos. 


Segunda lectura

Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Efesios [1, 3-6. 15-18]
Bendito sea el Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que nos ha bendecido en Cristo
con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.
Él nos eligió en Cristo, antes de la fundación del mundo
para que fuésemos santos e intachables ante él por el amor.
Él nos ha destinado por medio de Jesucristo,
según el beneplácito de su voluntad,
a ser sus hijos,
para alabanza de la gloria de su gracia,
que tan generosamente nos ha concedido en el Amado.
Por eso, habiendo oído hablar de vuestra fe en Cristo y de vuestro amor a todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros, recordándoos en mis oraciones, a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo, e ilumine los ojos de vuestro corazón para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos.
Palabra de Dios


Evangelio de hoy

Lectura del santo evangelio según san Juan [1, 1-18]
En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.
Palabra del Señor



Reflexión del Evangelio de hoy



PARA REFLEXIONAR

  • Dios no es soledad vacía sino relación

    Que él se llame "Palabra" quiere decir que no está aislado, que tiene algo que decir y que lo que dice es Él mismo. Es como decir que es el rostro de Dios que se asoma para vernos y para que lo veamos, el rostro de un Dios que sabe de amor. Esta es la manera de decirnos que se quiere comunicar, porque es esencial para Él.

    No podremos comprender su ser "Palabra" si no miramos lo concreto de Jesús y ni captaremos lo que es Jesús si no entendemos todo lo que es una "Palabra". A través de Jesús en cuanto "Palabra", sabemos que Dios no quiere estar solo en su grandiosa trascendencia. Su mayor grandeza no es lo que lo distancia de nosotros sino lo que lo hace inclinarse sobre sus pequeñas criaturas (1,3).

    El Verbo se hizo "carne" por amor

    Esta Palabra "puso su Morada entre nosotros" (1,14b). Como quien construye una nueva casa en medio del barrio. Pero siendo Dios parece más bien un Templo. Entonces nos sentimos familiares con Él y Él con nosotros: lo podemos incluso tocar. Tenemos la posibilidad de visitarnos o hasta de compartir nuestros espacios. Se hace "amigo", y es tanta la relación que hasta es mejor decir "hermano".

    El Dios que por definición no se podía ver, "a Dios nadie le ha visto jamás" (1,18), se hace abordable, de agradable compañía, mientras nos cuenta despacito quién es el Padre.

    Lo podemos tocar porque es el "Verbo que se hizo carne" (1,14a). Aquí "carne" no significa músculos o masa corporal, más bien quiere decir -como es propio del lenguaje bíblico hebreo- que se es limitado y débil, que se está marcado por la humana fragilidad.

    P. Oñoro C.J.M.



PARA DISCERNIR

  •  ¿Qué tiempo y espacio ocupa Cristo como Palabra? 

  • ¿Cuál es el lugar que ocupa y cuál no, Juan el Bautista? 

  • ¿Quiénes son hijos de esa Palabra? 


REPITAMOS A LO LARGO DE ESTE DÍA

"Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros."


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

SERMÓN 341A

Traducción: Pío de Luis

Tema: La humildad de Jesús.

1. Os encarezco, amadísimos hermanos, la humildad de nuestro Señor Jesucristo, o, mejor, él mismo nos la encarece a todos nosotros. Ved qué gran humildad. El profeta Isaías clama: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne es como la flor del heno; el heno se secó, la flor cayó, mas la palabra del Señor permanece para siempre1. ¡Cómo despreció y rebajó la carne! ¡Qué forma de anteponer y alabar la Palabra de Dios! Vuelvo a decirlo: renovad vuestra atención, contemplad lo abyecto de la carne: Toda carne es heno y todo el esplendor de la carne es como la flor del heno. ¿Qué es el heno? ¿Qué es la flor del heno? Lo dice a continuación. ¿Quieres oír lo que es el heno? El heno se secó, la flor cayó. ¿Qué es la Palabra de Dios? Permanece para siempre. Reconozcamos la Palabra que permanece para siempre; escuchemos al evangelista que alaba la Palabra. En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios; ella estaba al principio junto a Dios. Todo fue hecho por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que fue hecho era vida en ella, y la vida era la luz de los hombres2. Grande alabanza, digna de la Palabra eterna; alabanza excelsa, adecuada a la Palabra de Dios que permanece para siempre. ¿Y qué dice luego el evangelista? Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros3. Con sólo que la Palabra que es Dios se hubiera hecho carne, tal humildad sería ya increíble. ¡Y dichosos quienes creen esta realidad increíble! En efecto, nuestra fe consta de cosas increíbles: la Palabra de Dios se hizo heno, un muerto resucitó, Dios fue crucificado: cosas increíbles todas para sanarte a base de realidades increíbles, puesto que tu enfermedad había adquirido dimensiones enormes. He aquí que vino el médico en humildad, encontró en cama al enfermo, participó con él en la enfermedad, llamándolo a su divinidad. El que destruye todo sufrimiento aceptó vivir en sufrimientos y murió suspendido en la cruz para dar muerte a la muerte. Nos dio un alimento para que lo comiéramos y sanáramos. ¿De dónde procede y a quiénes alimenta ese manjar? A los que imiten la humildad del Señor. Tú que no imitas ni siquiera su humildad, ¡cuánto menos su divinidad! Imita, si puedes, su humildad. ¿Cuándo, en qué se humilló él? El, siendo Dios, se hizo hombre; tú, hombre, reconoce que eres hombre. ¡Ojalá te reconocieras como lo que él se hizo por ti! Conócete a ti a través de él; advierte que eres hombre, y, sin embargo, es tan grande tu valor, que por ti Dios se hizo hombre. No lo eches en el saco de tu soberbia, sino en el de su misericordia. Nuestro Dios y Señor nos redimió con su sangre, y quiso que el precio de nuestras almas fuese su sangre, sangre inocente.

2. Y, como había comenzado a decir, hermanos, si el Señor se hubiese humillado sólo hasta hacerse hombre, ¿quién iba a exigirle más? Tú no te humillarías a convertirte de hombre en bestia, y, con todo, ¡cuál no es la diferencia! Si te humillases hasta convertirte en bestia, no sería la distancia entre tú y ella tan grande cuanto entre Dios y el hombre. En efecto, en el hombre convertido en bestia acontece que algo racional se transforma en irracional, pero mortal en uno y otro caso: mortal es el hombre, mortal la bestia; nace el hombre como nace la bestia; es concebido el hombre, e igualmente la bestia; el hombre, como la bestia, se nutre de alimentos corporales y crece. ¡Cuántas cosas tiene en común el hombre con las bestias! Sólo le distingue la razón, donde se halla la imagen del creador. En cambio, cuando Dios se hizo hombre, el eterno se hizo mortal, se revistió de la carne sin pecado tomada de la masa de nuestra raza, se hizo hombre, nació y tomó lo que le posibilitaría el padecer por nosotros. Mas supón que aún no ha padecido; de momento, mira lo que se hizo por ti antes de padecer. ¿Es poca cosa esa humildad? Dios se ha hecho hombre. ¡Oh hombre! Mira que eres hombre. Dios se hizo hombre por ti, y tú, ¿no quieres reconocer que eres hombre? Miremos, hermanos, a quienes no quieren reconocer que son hombres. ¿Quiénes no quieren reconocerlo? Los que se justifican a sí mismos y echan las culpas a Dios. Si un hombre sufre en esta vida algo duro o molesto, su lengua no está presta sino para reprender a Dios y alabarse a sí mismo, y, exclamando desde la indignación que le produce su tribulación, no confiesa sus pecados, antes bien se jacta de sus méritos y dice: « ¡Oh Dios! ¿Qué te he hecho? ¿Por qué sufro esto? ¡Oh Dios! ¿Qué te he hecho?» Esto dice un hombre a Dios. Respóndale Dios: «Dices bien: '¿Qué te he hecho?' En efecto, nada me has hecho a mí, y yo todo a ti». Pues, si hubieres hecho algo para Dios, habría sido algo que le deleitara: esto significa hacerle algo a él. Ahora, en cambio, cuanto hiciste, para ti lo hiciste, tú que, siguiendo tu voluntad, despreciaste su soberanía. Así entendido, es correcto lo que dices. ¿Qué puedes hacer a Dios para gritar: «Qué te he hecho»? Quien arroja una piedra contra el cielo, ¿la arroja contra el cielo o contra sí mismo? Lo que has lanzado, no quedó allí, sino que volvió a ti; lo mismo sucede con toda clase de blasfemias e injurias que lances contra Dios, con cuantas cosas turban tu mente sacrílega, impía y soberbia: cuanto más lances hacia arriba, con tanto mayor peso recaerá sobre ti.

3. ¿Qué ibas a hacer, pues, para Dios? Harías algo para él sólo si cumplieras su palabra; si cumplieras lo que él había mandado, gritarías con razón: «¿Qué te he hecho?» Sin embargo, examina tu justicia, interroga tu conciencia, entra en tu corazón, no grites desde afuera, mira al interior, vuelve a la intimidad de tu corazón. Mira si es verdad que no hiciste nada malo; mira si sufres justamente por algo que hiciste cuando te hallabas en alguna tribulación, pues al pecador no se le debe otra cosa más que el tormento del fuego que arde eternamente. Abandonaste a tu Dios y fuiste detrás de tus concupiscencias. ¿Qué sufres cuando eres azotado? Se trata de una corrección, no de la condenación. Si Dios te azota en esta vida, es que no está airado contra ti. No le ofendas cuando te flagela, no le provoques; así te perdonará. Si le provocas con tu murmuración, te abandonará. Cuando te halles bajo el azote de quien te corrige, huye; no del azote, sino al azote; a donde hiere, corre hacia allí. Él sabe dónde ha de herirte y dónde encontrarte; pierdes el tiempo en esconderte de los ojos de quien está por doquier. ¿Quieres huir de Dios airado? Huye a Dios apaciguado; no huyas de él a ninguna parte, a no ser hacia él mismo. Pensabas huir de él cuando levantabas tu soberbia cerviz; abájala y huye hacia él. El flagela a todo hijo que acoge4. Pero ¿desdeñas el ser flagelado? Desdeña entonces la herencia. El padre bueno te educa para que recibas la herencia; él es bueno tanto cuando perdona como cuando castiga: siempre se muestra misericordioso.

San Agustín

Extraído de https://www.augustinus.it/spagnolo/discorsi/discorso_496_testo.htm


PARA REZAR

Te doy gracias, Señor Jesús, por el inmenso amor que tienes a tu Pueblo, porque siendo el Hijo de Dios eternamente feliz, tu amor te llevó a compartir nuestra vida humana, a caminar por nuestros senderos, a sufrir nuestras angustias, a entregarte por nosotros hasta el fin.


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