La casa mal construida

15.05.2022

Por Redacción infovaticana | 14 mayo, 2022

Encontré un amigo en la farmacia cuando iba a buscar mi receta de la Seguridad Social. Hacía tiempo que no lo veía y le pregunté cómo le iba. Me respondió: "Ya ves lo que vengo a buscar: paroxetina y alprazolam; si sabes para qué sirven, ya imaginarás cómo me va". Sí, por desgracia también sé para qué sirven: antidepresivos y ansiolíticos, muy populares en estos tiempos.

Le invité a tomar un café en la esquina y nos sentamos a conversar, una de tantas conversaciones de jubilados. Me contó su historia, y es la historia de algunos, no de muchos, pero es interesante:

"Ya conoces mi problema, hemos hablado a veces de ello. Me tomo la vida demasiado en serio. No me interesa lo que generalmente se conoce como 'pasarlo bien', 'divertirse', 'pasar el tiempo'... Lo que más me ha interesado siempre en la vida es entender. Entender qué hago aquí, en el mundo; entender por qué y para qué estoy aquí; entender qué es el mundo y qué es el hombre, qué es verdad y qué es mentira. Sabes que tengo en casa más de mil libros; los has visto. No son novelas; son obras de historia, de filosofía, de teología, de todo lo que alguien que busca entender tiene que conocer. Durante toda mi vida he buscado entender. Me he equivocado varias veces de camino. He tenido que retroceder y volver a empezar más de una vez, pero a mis casi 70 años creo que he conseguido comprender lo necesario.

En mi trabajo he aprendido a seleccionar mis fuentes de información. Me considero una persona con criterio suficiente para juzgar las situaciones que me van saliendo al paso. Por supuesto, no veo en la televisión más que alguna película policíaca bien construida que tengo grabada, y tampoco leo la prensa convencional. No me interesa lo que tengan que decirme las "voces de sus amos", la desinformación sistemática.

A la mayor parte de la gente no le interesa entender, incluso se han olvidado de pensar por sí mismos. Se conforman con el pensamiento enlatado y precocinado que les sirve la televisión. Pensar, para ellos, es 'un problema'. Y a su manera son felices. Claro que es una felicidad falsa, pues se basa en la renuncia a lo que caracteriza a la persona, que es la racionalidad, y no hay racionalidad donde se renuncia a usarla.

Entender no hace feliz, porque te enfrenta a la realidad, y la realidad es dura y desagradable. Es el precio por llegar a comprender. La realidad que veo hoy es cualquier cosa menos tranquilizadora. Veo hoy a nuestra sociedad como una gran casa construida sobre cimientos defectuosos, con materiales de baja calidad y sobre un terreno sumamente inestable. Una casa que se está desmoronando por momentos y que amenaza con derrumbarse. Nosotros vivimos en esa casa pretendiendo ignorar su estado ruinoso. Cuando un pedazo de cemento se desprende y cae decimos: 'alguien lo arreglará'. Ante la grieta que aparece y se va ensanchando pensamos: 'alguien lo arreglará'. No concebimos la posibilidad de que todo pueda derrumbarse. '¿Cómo va a derrumbarse esta casa? Es imposible'. Y seguimos cerrando los ojos y los oídos a los crujidos de las grietas, a los cascotes en el suelo...

Pero la casa terminará derrumbándose. Está en tan mal estado que no hay nada aprovechable en ella. No es susceptible de reforma. Es necesario derribarla, aplanar el terreno, cimentar correctamente y construir de nuevo desde el inicio. Y alguien lo hará algún día. El problema es que probablemente no seremos nosotros, porque la casa se nos habrá caído encima si persistimos en nuestra ignorancia voluntaria.

Y constatar esa cerrazón, esa negativa general a abrir los ojos e intentar comprender la realidad, ese peligro inminente de quedar enterrado bajo los cascotes sin haber hecho ni lo más mínimo para evitarlo, o para salir corriendo antes del derrumbe, es lo que me exaspera, me entristece tan profundamente que para eso necesito la paroxetina. No me va a curar, pero me ayuda a irlo llevando."

Impresionado por su relato, le pregunté a mi amigo: "¿Y no hay nada que te ayude a llevar algo de luz a esa visión tan pesimista?"

Me respondió: "No te equivoques. No es pesimismo; es puro realismo. Sí, efectivamente, hay algo que ayuda, lo único que puede ayudar: constatar que Dios sigue siendo y será siempre el dueño de la historia; que está realizando en este momento un acto de Suprema Justicia, como es el hacernos experimentar en nosotros mismos las consecuencias de nuestros errores, de nuestras maldades. Dios ha dicho: 'vosotros habéis construido esa sociedad irracional, os habéis considerado autosuficientes y habéis pretendido rehacer a vuestro modo Mi creación. Pues bien, voy a dejar que esa sociedad exista, que funcione por sí misma, sin Mi protección, y que experimentéis las consecuencias de lo que habéis hecho hasta que Yo diga ¡basta! Os he mostrado el camino para salir de vuestros errores y no habéis querido seguirlo. Os he dado el remedio para protegeros de vosotros mismos y del Enemigo que en este momento os domina, y lo habéis rechazado. Habéis rechazado los últimos puentes que he tendido para rescataros: el Rosario y la devoción a la Inmaculada Virgen María. Por eso vais a vivir los horrores del mundo que habéis creado hasta que la copa de Mi ira se haya vaciado sobre vosotros. Los que recapaciten y vuelvan a Mí a través del arrepentimiento, la penitencia, la Eucaristía y la oración incesante, esos se salvarán'.

"Entonces, repliqué, si crees eso realmente, no tienes motivos para estar deprimido, puesto que conoces el camino que hay que seguir".

"Es cierto, me dijo; lo creo realmente y sé que ese es el camino, pero mi fe es todavía demasiado pequeña como para dejar de temer. A pesar de lo que creo, sigo temiendo, por mí mismo, pero sobre todo por los míos, que todavía no entienden, y por tantos que siguen sin querer entender. La fe y el temor son auto excluyentes: a más fe, menos temor, y a menos fe, más temor. La fe ahuyenta el temor, pero la fe es un don que hay que merecer, y yo todavía no lo he merecido lo suficiente. Por eso sigo rezando cada día, para que aumente mi fe y por todos los que no la tienen."

Terminamos el café y regresé a casa pensando en todas las grietas que he visto abrirse y en todos los cascotes que he encontrado en el suelo. Miré hacia arriba, hacia el techo, con preocupación...

Por Pedro Abelló