"Amar a la Iglesia" (por san Josemaría Escrivá)

02.10.2021

José Luis Aberasturi

Casi siempre nos dejamos llevar por una intención muy pronunciada: acudir al Señor, para RECIBIR. Y está muy bien. Él mismo nos lo aconseja vivamente: Venid a Mi todos los que estáis cansados y agobiados, que Yo os aliviaré. ¿Cómo no le vamos a hacer caso...? Tendríamos que estar majaras.

Pero esa no puede ser nuestra única actitud, ni para con Él, ni para con su Iglesia, que es a donde nos ha traído, precisamente para encontrarse con nosotros. Y nosotros con Él, por supuesto: tenemos que decidirnos a DAR y DARNOS.

Lo mismo hemos de hacer respecto a la Iglesia. Hay que ir a buscar, a recibir: y lo hacemos. Pero hay que ir a darle también: de entrada, a AMARLA y a SERVIRLA como Ella quiere serlo de cada uno de sus hijos. El que las madres estén siempre dispuestas a dar y a darse, no significa que no se les agrande el corazón y gocen cuando reciben de sus hijos lo que más anhelan: CARIÑO.

Por eso, me he permitido acudir con este título: "Amar a la Iglesia", de la mano de san Josemaría Escrivá de Balaguer, para intentar suscitar ese cariño, que necesitamos tenerle y manifestarle. Es el título de una publicación que recoge tres Homilías del Santo, más dos escritos del beato Álvaro, publicado todo en 1986.

De entrada, me voy a limitar a copiar unos párrafos del comienzo de una de las Homilías, "Lealtad a la Iglesia", que san Josemaría le dedicó desde su corazón de hijo, para enseñanza de todos, pronunciada en 1972, si no me equivoco.

A partir de ahí, del alumbrar la Obra en su alma sacerdotal el 2 de octubre de 1928, de su inmensa generosidad para con Dios, le nacerían multitud de "hijas" e "hijos". De hecho, cuando subió al Cielo el 26 de junio de 1975, dejó en la tierra multitud de ellos, como auténtico "patriarca": genuit filios et filias! ¡Engendró hijos e hijas!

De ese corazón amante, agrandado y enriquecido por su fecunda paternidad, salen las páginas de las tres Homilías que escribió referidas a la Iglesia, publicadas bajo este título "Amar a la Iglesia". Unas páginas que alcanzan y rezuman "sabiduría", pues conectan con la Única y Verdadera Sabiduría: el Saber de Dios. Y "muestran" Santidad, pues nacen de un corazón Santo: el de San Josemaría.

Metidos ya en un nuevo 2 de Octubre, me parecía una urgente necesidad recoger sus palabras; que, con toda su carga profética -me da que hoy han adquirido más "actualidad y peso" que cuando fueron escritas-, iluminan el trascurrir actual de la Iglesia y de sus hijos.

Hoy, todo lo que vislumbraba-denunciaba san Josemaría -con esa vista "larga" que tienen los Santos de todos los tiempos-, se ha hecho realidad: una tremenda y trágica sinrazón, que no solo está oscureciendo la Iglesia, sino destrozándola desde dentro. Copio:

"Conmueve esta insistencia de Dios, nuestro Padre, empeñado en recordarnos que debemos acudir a su Misericordia pase lo que pase, siempre [Ha recogido antes varios textos de las Escrituras en este sentido, que yo he omitido]. También ahora: en estos momentos, en los que voces confusas surcan la Iglesia; son tiempos de extravío, porque tantas almas no dan con buenos Pastores, otros Cristos, que los guíen al Amor del Señor, y encuentran en cambio ladrones y salteadores que vienen para robar, matar y destruir (Ioh X, 8 y 10).

>No temamos. La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, habrá de ser indefectiblemente el camino y el ovil del Buen Pastor, el fundamento robusto y la vía abierta a todos los hombres. (...) Lo acabamos de leer en el Santo Evangelio: sal a los caminos y cercados e impele a los que halles a que vengan, para que se llene mi casa (Lc XIV, 23).

>Pero, ¿qué es la Iglesia? ¿dónde está la Iglesia? Muchos cristianos, aturdidos y desorientados [hoy, más aún que cuando san Josemaría escribió estas páginas], no reciben respuesta segura a estas preguntas, y llegan quizá a pensar que aquellas que el Magisterio ha formulado por siglos -y que los buenos Catecismos proponían con esencial precisión y sencillez- han quedado superadas y han de ser substituidas por otras nuevas. Una serie de hechos y de dificultades parecen haberse dado cita, para ensombrecer el rostro limpio de la Iglesia. Unos sostienen: la Iglesia no es más que el ansia de solidaridad de los hombres; debemos cambiarla de acuerdo con las circunstancias actuales.

>Se equivocan. La Iglesia, hoy, es la misma que fundó Cristo, y no puede ser otra. Los Apóstoles y sus sucesores son vicarios de Dios para el régimen de la Iglesia, fundamentada en la Fe y en los Sacramentos de la Fe (...). La Iglesia ha de ser reconocida por aquellas cuatro notas, que se expresan en la confesión de Fe de uno de los primeros Concilios, como las rezamos en el Credo de la Misa: Una sola Iglesia, Santa, Católica y Apostólica (Símbolo Contantinopolitano, Denzinger-Schön. 150 [86]). Esas son las propiedades esenciales de la Iglesia, que derivan de su naturaleza, tal como la quiso Cristo. Y, al ser esenciales, son también notas, signos que la distinguen de cualquier otro tipo de reunión humana, aunque en estas otras se oiga pronunciar también el nombre de Cristo.

>Hace poco más de un siglo, el Papa Pío IX resumió brevemente esta enseñanza tradicional: (...) cada una de esas notas, de tal modo está unida con las restantes, que no puede ser separada de las demás. De ahí que la que verdaderamente es y se llama Católica, debe juntamente brillar por la prerrogativa de la unidad, de la santidad y de la sucesión apostólica (Pio IX, Carta del Santo Oficio a los obispos de Inglaterra, 16-IX-1864, Denzinger-Schön 2888 [1686]). Es -insisto- la enseñanza tradicional de la Iglesia, que ha repetido nuevamente -aunque en estos últimos años algunos lo olviden, llevados por un falso ecumenismo- el Concilio Vaticano II: esta es la única Iglesia de Cristo -que profesamos en el Símbolo: Una, Santa, Católica Y apostólica-, la que nuestro Salvador, después de su Resurrección, entregó a Pedro para que la apacentara, encargándole a él y a los otros Apóstoles que la difundieran y la gobernaran, y que erigió para siempre como columna y fundamento de la Verdad (Concilio Vaticano II, Const. Dogm. Lumen gentium, n. 8).

>Que sean una sola cosa, así como nosotros lo somos (Ioh XVII, 11), clama Cristo a su Padre; (...). Una [oración-petición] que se convierte en deseo vehemente: tengo también otras ovejas, que no son de este aprisco, a las que debo recoger, y oirán mi voz y se hará un solo rebaño y un solo pastor (Ioh X, 16). (...).

>¿No veis cómo los que se separan de la Iglesia, a veces estando llenos de frondosidad, no tardan en secarse y sus mismos frutos se convierten en gusanera viviente? Amad a la Iglesia Santa, Apostólica, Romana, ¡Una! Porque, como escribe San Cipriano, quien recoge en otra parte, fuera de la Iglesia, disipa la Iglesia de Cristo (SAN CIPRIANO, De catholice Ecclesiae unitate 6; PL 4, 503). (...)

>Defender la unidad de la Iglesia se traduce en vivir muy unidos a Jesucristo, que es nuestra vid. ¿Cómo? Aumentando nuestra fidelidad al Magisterio perenne de la Iglesia: pues no fue prometido a los sucesores de Pedro el Espíritu Santo para que por revelación suya manifestaran una nueva doctrina, sino para que, con su asistencia, santamente custodiaran y fielmente expusieran la revelación transmitida por los Apóstoles o depósito de la Fe (Constitución Dogmática sobre la Iglesia, Denzinger-Schön. 3070 [1836]). (...).

>Algunos afirman que quedamos pocos en la Iglesia; yo les contestaría que, si todos custodiásemos con lealtad la doctrina de Cristo, pronto crecería considerablemente el número, porque Dios quiere que se llene su casa (...). Y hemos de desear para todos esta vocación, este gozo íntimo que nos embriaga el alma, la dulzura clara del Corazón misericordioso de Jesús.

>Debemos ser ecuménicos, se oye repetir. Sea. Sin embargo, me temo que, detrás de algunas iniciativas autodenominadas ecuménicas, se cele un fraude: pues son actividades que no conducen al amor de Cristo, a la verdadera vida. Por eso carecen de fruto. (...)

>¿La unión de los cristianos? Sí. Más aún: la unión de todos los que creen en Dios. Pero solo existe una Iglesia verdadera. No hay que reconstruirla con trozos dispersos por todo el mundo. Y no necesita pasar por ningún tipo de purificación, para luego encontrarse finalmente limpia. La Esposa de Cristo no puede ser adúltera, porque es incorruptible y pura. (...) Ella nos conserva para Dios, ella destina para el Reino a los hijos que ha engendrado. Todo el que se separa de la Iglesia se une a una adúltera, se aleja de las promesas de la Iglesia: y no logrará las recompensas de Cristo quien abandona la Iglesia de Cristo (SAN CIPRIANO, De catholicae Ecclesiae unitate 6; PL 4, 503).

>Ahora entenderemos mejor cómo la unidad de la Iglesia lleva a la santidad, y cómo uno de los aspectos capitales de su santidad es esa unidad centrada en el misterio del Dios Uno y Trino: un cuerpo y un espíritu, así como fuisteis llamados a una misma esperanza de vuestra vocación; uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo; uno el Dios y Padre de todos, el que está sobre todos y gobierna todas las cosas y habita en todos nosotros (Eph IV, 4-6).

>Santidad no significa otra cosa más que unión con Dios; a mayor intimidad con el Señor, más santidad. (...)

>La santidad original y constitutiva de la Iglesia puede quedar velada, pero nunca destruida, porque es indefectible: las puertas del infierno no prevalecerán contra ella (Mt XVI, 18). Puede quedar encubierta a los ojos humanos, decía, en ciertos momentos de oscuridad poco menos que colectiva. (...) [Sin embargo] A lo largo de toda la historia, también en la actualidad, ha habido tantos católicos que se han santificado efectivamente: jóvenes y viejos, solteros y casados, sacerdotes y laicos, hombres y mujeres. (...)

>Gens sancta, pueblo santo, compuesto por criaturas con miserias: esta aparente contrariedad marca un aspecto del misterio de la Iglesia. La Iglesia, que es divina, es también humana, porque está formada por hombres y los hombres tenemos defectos (...).

>Nuestro Señor Jesucristo, que funda la Iglesia Santa, espera que los miembros de este pueblo se empeñen continuamente en adquirir la santidad. No todos responden con lealtad a su llamada. Y en la Esposa de Cristo se perciben, al mismo tiempo, la maravilla del camino de salvación y las miserias de los que lo atraviesan. (...)

>Si en la Iglesia se descubre algo que arguya la debilidad de nuestra condición humana, no debe atribuirse a su constitución jurídica, sino más bien a la deplorable inclinación de los individuos al mal; inclinación que su Divino Fundador permite aun en los más altos miembros del Cuerpo Místico, para que se pruebe la virtud de las ovejas y de los pastores, y para que en todos aumenten los méritos de la Fe cristiana (Pío XII, enc. Mystici Corporis 29-VI-1943).

>Demostraría poca madurez el que, ante la presencia de defectos y de miserias, en cualquiera de los que pertenecen a la Iglesia -por alto que esté colocado en virtud de su función-, sintiese disminuida su fe en la Iglesia y en Cristo. La Iglesia no está gobernada ni por Pedro ni por Juan ni por Pablo; está gobernada por el Espíritu Santo, y el Señor ha prometido que permanecerá a su lado todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt XXVIII, 20). (...)

>Cuando el Señor permita que la flaqueza humana aparezca, nuestra reacción ha de ser la misma que si viéramos a nuestra madre enferma o tratada con desafecto: amarla más, darle más manifestaciones externas e interiores de cariño.

>Si amamos a la Iglesia no surgirá nunca en nosotros ese interés morboso de airear, como culpa de la Madre, las miserias de algunos de los hijos. La Iglesia, esposa de Cristo, no tiene por qué entonar ningún mea culpa. Nosotros sí: mea culpa, mea culpa, mea máxima culpa! Este es el verdadero meaculpismo: el personal, y no el que ataca a la iglesia, señalando y exagerando los defectos humanos que, en esta Madre Santa, resultan de la acción en Ella de los hombres hasta donde los hombres pueden, pero que no llegarán nunca a destruir -ni a tocar, siquiera- aquello que llamábamos la santidad original y constitutiva de la Iglesia. (...)

>El misterio de la santidad de la Iglesia -esa luz original, que puede quedar oculta por las sombras de las bajezas humanas- rechaza hasta el más mínimo pensamiento de sospecha o de duda sobre la belleza de nuestra Madre. Ni cabe tolerar, sin protesta, que otros la insulten. No busquemos en la Iglesia los lados vulnerables para la crítica, como algunos que no demuestran cariño verdadero a la propia madre, y que se hable de esa madre con desapego. (...)

>Si en ocasiones no sabemos descubrir su rostro hermoso, limpiémonos nosotros los ojos; si notamos que su voz no nos agrada, quitemos de nuestros oídos la dureza que nos impide oir, en su tono, los silbidos del Pastor amoroso. (...)

>Jesucristo instituye una sola Iglesia, su Iglesia: por eso la Esposa de Cristo es Una Católica: universal, para todos los hombres. (...)

>La Iglesia era Católica ya en Pentecostés; nace Católica del Corazón llagado de Jesús, como un fuego que el Espíritu inflama.

>En el s. II, los cristianos definían Católica a la Iglesia, para distinguirla de las sectas que, utilizando el nombre de Cristo, traicionaban en algún punto su doctrina. La llamamos Católica, escribe san Cirilo, (...) porque somete al recto culto a toda clase de hombres, gobernantes y ciudadanos, doctos e ignorantes. Y, finalmente porque cura y sana todo género de pecados (...) poseyendo además -con cualquier nombre que se le designe- todas las formas de virtud, en hechos y en palabras y en cualquier especie de dones espirituales (SAN CIRILO, Catechesis 18, 23).

>La catolicidad de la Iglesia tampoco depende de que los no católicos la aclamen y la consideren; ni guarda relación con el hecho de que, en asuntos no espirituales, las opiniones de algunas personas, dotadas de autoridad en la Iglesia, sean consideradas -y a veces instrumentalizadas- por medio de la opinión pública de corrientes afines a su pensamiento. (...) Pero la Esposa de Cristo es Católica aun cuando sea deliberadamente ignorada por muchos, e incluso ultrajada y perseguida, como ocurre hoy por desgracia en tantos lugares.

>La Iglesia no es un partido político, ni una ideología social, ni una organización mundial de concordia o de progreso material, aun reconociendo la nobleza de esas y de otras actividades. La Iglesia ha desarrollado siempre y desarrolla una inmensa labor en beneficio de los necesitados, de los que sufren, de todos cuantos padecen de alguna manera las consecuencias del único verdadero mal, que es el pecado. Y a todos (...) la Iglesia viene a confirmar una sola cosa esencial, definitiva: que nuestro destino es eterno y sobrenatural, que solo en Jesucristo nos salvamos para siempre, y que solo en Él alcanzaremos ya de algún modo en esta vida la paz y la felicidad verdaderas. (...)

>Católicos nos mostraremos por los frutos de santidad que demos (...). Católicos nos mostraremos si rezamos, si procuramos dirigirnos a Dios de continuo, si nos esforzamos siempre y en todo por ser justos (...), si amamos y defendemos la libertad personal de los demás hombres.

>Os recuerdo también otro signo claro de la Catolicidad de la Iglesia: la fiel conservación y administración de los Sacramentos tal como han sido instituidos por Jesucristo, sin tergiversaciones humanas ni malos intentos de condicionarlos psicológica o sociológicamente. (...)

>Nuestro Señor funda su Iglesia sobre la debilidad -pero también sobre la fidelidad- de unos hombres, los Apóstoles, a los que promete la asistencia constante del Espíritu Santo. (...)

>Jesús echa sobre los hombros de este puñado de discípulos una tarea inmensa, divina.

>La suprema potestad del Romano Pontífice y su infalibilidad, cuando habla ex cathedra, no son una invención humana: se basan en la explícita voluntad fundacional de Cristo. ¡Qué poco sentido tiene entonces enfrentar el gobierno del Papa con el de los obispos, o reducir la validez del Magisterio pontificio al consentimiento de los fieles! Nada más ajeno que el equilibrio de poderes; no nos sirven los esquemas humanos, por atractivos o funcionales que sean. Nadie en la Iglesia goza por sí mismo de potestad absoluta, en cuanto hombre; en la Iglesia no hay mas jefe que Cristo; y Cristo ha querido constituir a un Vicario suyo -el Romano Pontífice- para su Esposa peregrina en esta tierra. (...)

>Es hora de preguntarnos: ¿Comparto con Cristo su afán de almas? ¿Pido por esta Iglesia, de la que formo parte, en la que he de realizar una misión específica, que ningún otro puede hacer por mí? Estar en la Iglesia es ya mucho: pero no basta. Debemos ser Iglesia, porque nuestra Madre nunca ha de resultarnos extraña, exterior, ajena a nuestros más hondos pensamientos".

Pido comprensión por haberme extendido más de lo que, a priori, pretendía. Señalar que todo lo que está pasando en la Iglesia está aquí más que profetizado: también están puestos los remedios, pues están perfectamente denunciados los errores.

Os animo a adquirir este volumen, Amar a la Iglesia, que casi considero imprescindible en estos momentos históricos, para fortalecernos en la Fe, en la Esperanza y en al Amor al Señor, inseparable del Amor a su Iglesia, nuestra Madre y nuestra Casa.

Solo me resta agradecer al Señor que me haya traído a esta "escuela", donde me he formado: la escuela de la Iglesia, la escuela del Opus Dei. De aquí saco todo: lo nuevo y lo viejo; la seguridad y la fortaleza de la Fe; la Doctrina y la Gracia; la compunción y la esperanza. En definitiva, la FIDELIDAD: en la que pretendo vivir y, por la gracia de Dios, también morir.

Rezad por mí. Yo rezo todos los días por vosotros en la Santa Misa. Amén.


Extraído de Infocatolica.com


José Luis Aberasturi, sacerdote, filólogo, filósofo y teólogo-moralista.
He trabajado prácticamente siempre en la enseñanza, primero como profesor, y luego como sacerdote en la capellanía. Publiqué, "Educar la conciencia", dirigido específicamente a padres, educadores y catequistas con niños pequeños, para ayudarles a que se implicasen en la educación moral de los mismos; está casi agotada la 3ª edición.