(456) Proselitismo y bien común

14.01.2021

(456) Proselitismo y bien común

Alonso Gracián, el 11.01.21 a las 10:26 PM

Para una mentalidad personalista, Dios no revela una doctrina, sino sólo experiencias del misterio. No tiene sentido, bajo esta óptica, hablar de apostolado doctrinal, ni de transmitir verdades de fe, ni de misión o apologética. Sólo cabe expresar, para quien así discurre, la propia experiencia religiosa, que, por ser privada, no debe poseer pretensiones de universalidad.

Esta es la cosmovisión de fondo que subyace al presente rechazo de todo apostolado intelectual. Predicar, por el bien de las almas, una doctrina inequívoca, ofendería, según esto, al pluralismo doctrinal, siempre tan eclesialmente correcto, tan fraternal, tan democrático.

Bajo esta perspectiva late un profundo escepticismo, porque en realidad, no se cree que el hombre, con su razón y con la fe, con el socorro de la gracia, puedaalcanzar un conocimiento salvífico y eficaz de Dios. Como se ha explicado en numerosos artículos de este blog, no cabe, en los parámetros del humanismo católico, una doctrina que, por ser inequívoca, sea tan necesaria al hombre caído.

Lo que se postula en cambio, conforme al pensamiento moderno, es el experiencialismo. Y es que el católico humanista, que bebe del pensamiento de la Modernidad, desconfía de todo sistema doctrinal, y aborrece la metafísica. Sólo confía en sus experiencias, quiere ver y oler y gustar y tocar, pero no quiere oír, porque sólo quiere oírse a sí mismo.

Es por ello que, para el humanismo católico, la predicación carece de sentido, siendo preferible la estética, por ejemplo, de una composición musical, o la literatura, u otros medios subjetivos, para la transmisión de experiencias. La predicación doctrinal es minusvalorada y calificada, despectivamente, de proselitismo, y con ello se la iguala, arteramente, al discurso de las sectas y las falsas religiones, naturalizando el apostolado. Pero proselitismo, aunque es una palabra sin tradición en la ciencia de los santos, tiene sin embargo cierta acepción verdadera si se redime el concepto: deseo de ganar almas para la Iglesia, columna y fundamento de la verdad (Cf.,1 Tim 3, 15).

El sentido que el católico, tradicionalmente, ha dado a la predicación no es el de un proselitismo adámico, al modo de las sectas. Esto es una tergiversación. La predicación, natural y sobrenatural, siempre ha sido el medio mandado por Nuestro Señor para propagar la fe católica y sanar la razón, porque «la fe viene por la predicación, y la predicación por la Palabra de Cristo» (Rom 10, 17). Santo Tomás, incluso, afirma, en el Adoro te, devote, que «basta el oído para creer con firmeza». Por tanto, hay que hacer sano y redimido proselitismo, un proselitismo elevado al orden sobrenatural; en definitiva, hay que hacer apostolado. No basta el testimonio particular. Dar doctrina, con recto anhelo de conversiones, para atraer todas almas al Reino de Dios, (que no es la humanidad sino la Iglesia), es un deber cristiano y una obra de misericordia.

La verdad es bien común. Por eso el cristiano da testimonio de la verdad, para que la verdad sea comun-icada a otros y se vuelva común, esto es, universal. Y es en este sentido que el testimonio debe ser proselitista. Pero la experiencia subjetiva de cada cual en su búsqueda de la verdad no es bien común sino bien privado. Es bueno presentarla como ejemplo edificante, pero sin que sustituya o se contraponga como única alternativa. Porque el bien privado es un bien incomunicable. Por eso fundamentar la misión en el testimonio particular excluyendo la predicación es infecundo para la sociedad y para la Iglesia, aunque pueda conseguir bienes particulares aislados.

Y es que el bien particular, como decimos, es in-comunicable, se basa en lo individual concreto, que tanto agrada al personalismo, y no en lo común-universal, que tanto le desagrada. Pero el bien común, sin embargo, es comun-icable, porque se fundamenta en lo que todos los seres humanos tienen, pueden, y deben tener en común, que en este caso es la doctrina salvífica de Cristo.

Por eso la predicación apostólica, con el sano y recto deseo sobrenatural de convertir todas las almas a Cristo, es urgentísima. Quien se limita, tan sólo, a exponer el resultado de su experiencia religiosa personal, no se ordena a la bondad del conjunto, sino a la de los particulares. Pero el bien común, siempre, está por encima del bien individual.

En conclusión, repetimos: el proselitismo bien entendido es necesario porque la religión es un bien común no un mero bien privado. El testimonio particular es bueno e importante pero no puede sustituir a la predicación. La predicación es testimonio de la verdad entendida como bien universal, personal y social. Por tanto el testimonio como expresión de una vivencia religiosa privada nunca debe ser contrapuesto al apostolado.

David González Alonso Gracián

Extraído de infocatolica.com